EL ARTE DE LA SEGURIDAD PRIVADA

LA DISUASIÓN

Elementalmente hablando la disuasión, observada como objeto de estudio, es el acto de provocar con potentes razones que el adversario desista de un cierto propósito o que modifique parcial o drásticamente sus intenciones de tono hostil en contra de un punto previamente focalizado por el mismo. Un cambio de blanco, cogiéndolo así. La disuasión trabaja inequívocamente sobre las intenciones y decisiones del contrincante, sobre su percepción en cuanto a algunos factores definidos que puedan comprometer su seguridad personal. Es decir, todo se reduce a mostrar algo que ataque sólidamente la confianza del oponente. Y el antónimo (palabra opuesta) de la disuasión es invitación. En esta etapa de la defensa, en especial se debe emplear una serie de disposiciones (donde el límite es la imaginación humana) enfocadas a tratar de desalentar cualquier potencial amenaza humana, la cual siempre espera la mejor hora para proceder malamente. Una amenaza que por lo regular, en su conjura dañina e insidiosa no presenta generalmente un rostro frontalmente abierto sino que opta por esconderse subrepticia y sigilosamente en el umbral, detrás de la máscara del anonimato, camuflándose, cerniéndose suave y discretamente a nuestro alrededor como lo hace el astuto león que, estratégicamente agazapado, merodea a las apacibles cebras en el caliente pastizal africano: observando, planeando, esperando. La disuasión es una operación de seguridad que se caracteriza por usar como habitual recurso de defensa la advertencia persuasiva canalizada hacia los ojos o los oídos de los observadores enemigos tratando de influenciar su conducta y todo sin necesidad de un diálogo verbal o de una coacción física de por medio. E incluso usada a veces como mero “disfraz” visual (como figura vaga), la acción disuasoria ocasionalmente serviría para inclinar la balanza favorablemente a la seguridad, aunque ésta no es la mejor manera para fomentar la supremacía sobre una amenaza porque no hay por seguro ninguna certeza de victoria, así que mejor huyamos de lo fortuito y movámonos a otras alternativas más prudentes donde haya menos posibilidades de experimentar lastimeros tropiezos que puedan mermar el delicado orgullo guardián. La habilidad del engaño funciona a veces, pero sirve más la fuerza de la verdad. Un concepto bastante utilizado en estas lides es ver las cosas desde la perspectiva del enemigo, lo que facilita obtener una visión más realista sobre la fiabilidad de los procedimientos instaurados en el escenario laboral. Bajo esta útil premisa mayor se podrían establecer mejores pautas para identificar riesgos y rastrear debilidades, o sea para conocer que tan susceptibles seríamos en cuestiones de facilidad o dificultad para la realización de una hipotética incursión criminal, digamos por la azotea, por la puerta trasera, por las zonas periféricas, etcétera. Sólo hay que echarle imaginación al asunto, porque la imaginación es lo más próximo a las soluciones en esta profesión. Y la imaginación consiste en la capacidad de concebir opciones fuera de los patrones normales de operación: experimentando, probando, evaluando, calificando; en pos de mejores resultados. En base de esto hay que acumular, con elevado énfasis, un abundante arsenal de tácticas con variaciones infinitas que nos ayuden a impedir contundentemente que el oponente conspire un acercamiento físico nada afable hacia nosotros. Y uno de los principales preceptos en la seguridad privada es no darle facilidades a éste, no ofrecerle la menor oportunidad de menearse cómodamente a sus anchas. En resumidas cuentas el mensaje propuesto aquí es procurar no ser un blanco fácil o manejable. Hay que disuadir con acciones, palabras, sonidos, imágenes, luces, aparatos de tecnología, con lo que sea, pero que sirva para el fortalecimiento de la protección interna. Intentando anticiparnos a todos y cada uno de los probables lances de la contraparte desconcertándola variando los comportamientos operativos, instalando sistemas electrónicos de protección, vigilando muy de cerca todos los puntos de entrada: puertas, ventanas, tragaluces, garajes. Asegurando cada rincón del espacio territorial, hasta el más minúsculo, sellando toda rendija y manteniendo nuestro campo visual bien iluminado porque a las “ratas” les fascina la oscuridad. Nunca habrá argumentos o razones suficientes para regalar confianza.